En tiempos pasados, lo normal y socialmente aceptable era que una “niña” de 15 años lograra encontrar un hombre trabajador, o en el mejor de los casos con buena posición económica, a fin de poder obtener una mejor calidad de vida al contraer matrimonio con él.
A las mujeres se les enseñaba, desde tempranas edades, la importancia de ser buenas esposas mediante la enseñanza de las labores de cocina, limpieza, lavado y cuido de los hijos. Una carrera profesional no era parte del plan para las niñas de la familia, y aquellas que osaran cambiar el esquema eran mal vistas y sufrían fuertes presiones por parte de la sociedad.
Actualmente, los roles entre hombre y mujer han evolucionado, dando paso a un cambio más equitativo, en el cual ambas partes cumplen tareas similares en el hogar y fuera de este. Ahora la mujer ha incursionado en el mundo laboral, realizando funciones que antes solo eran inherentes al sexo masculino. Es así como ahora observamos por ejemplo mujeres policías, árbitros, taxistas, bomberas, entre otros oficios y trabajos que antes solo podían ser ejercidos por los hombres.
No obstante, a pesar de los avances en este campo, lamentablemente aún se mantienen estereotipos de antaño en cuanto a roles pre-establecidos por la sociedad. Uno de ellos, y quizá el más recurrente, es el del establecimiento de una familia a cierta edad, lo cual incluye casarse antes de cumplir 30 años o tener hijos antes de esta edad, porque si no “te dejó el tren”, o te conviertes en “una solterona”.
La frase anterior es usual escucharla entre familiares, amigos, compañeros de trabajo u otros que ven de forma burlona el hecho de que una mujer a sus treinta o cuarenta y tantos aun no haya contraído matrimonio o no sea madre.
¿Pero qué pasa con aquellas que simplemente deciden “no subirse al tren”?, ¿qué sucede si por decisión propia no se desea tener hijos, si el hecho de formar una familia y ser ama de casa no está dentro de sus planes de vida? Bueno… es aquí donde entra todo un proceso de “bullying” discreto y solapado, en el cual muchas mujeres deben soportar comentarios o preguntas mal intencionadas, tales como: ¿Pero aún no te has casado?, o si se tiene novio: ¿Y para cuándo es la boda, mamita? En otros casos, si es un matrimonio joven: ¿Para cuándo el bebé?
A veces, quizás las personas no miden el impacto nocivo con que estas preguntas y comentarios pueden calar en la mujer, sobre todo si esta ha decidido con antelación no ingresar en el rol interpuesto socialmente y desea una clase de vida diferente a la que muchos esperan que tenga. Y es que, en cierta forma, existe una especie de machismo sutil, que ve como normal que un hombre con más de 30 o 40 años no esté casado y no tenga hijos, comentarios como: “Para los hombres ninguna edad es viejo”, o “el hombre es como el vino, entre más viejo mejor”, “los hombres pueden tener hijos a la edad que quieran, las mujeres no”, son frases típicas de un mundo que aún sigue los estereotipos de antaño, a pesar de los logros alcanzados en cuanto a igualdad de derechos y condiciones entre ambos sexos.
La realidad es que hoy, en el siglo XXI, las mujeres contamos con más oportunidades que antes y por ello anhelamos las mismas metas que los hombres. Muchas deciden no casarse cuando la sociedad se lo imponga, sino desarrollarse profesionalmente y luego disfrutar de sus logros en su campo de estudio. En este sentido, me refiero a desarrollar su carrera profesional, poder viajar, tener una casa o departamento, un carro, en fin… disfrutar del fruto de su esfuerzo, tal y como muchos hombres lo hacen sin ser juzgados por ello.
Lo anterior no significa que esté mal el casarse joven, tener hijos y convertirse en un ama de casa, lo cual es también por sí mismo un trabajo de tiempo completo, sino que señala que no solo este camino existe para realizarse como persona, y que existen muchas formas de vida y de realización, lo cual debe ser respetado.
El hecho de que una mujer se case en sus treintas y cuarentas y decida ser madre en estas edades, o del todo decida no serlo, no debe verse como un tabú o una rareza, no expresa que esa mujer está mal, o que “nadie la volvió a ver” o que es “rara”. ¡No! Solo es lo que es, una persona que dispuso no abordar aún el tren, no porque la dejara, sino porque sencillamente decidió que todavía no quiere abordarlo.