Antes de que el trono divino de las primeras civilizaciones fuera ocupado por el Sol, existía el culto a la Tierra, encarnada por la figura femenina, la madre, la proveedora, la naturaleza; la… todo.
“El eterno femenino nos impulsa hacia lo alto.”
-W. v. Goethe
La historia del hombre…
…Año 25000 a.C.
Como una nueva criatura saliendo del útero, así llegaron los primeros, descubriendo cautelosamente la luz a manera que salían de la cueva. La humanidad daba sus primeros pasos, deambulaba de territorio en territorio mientras intentaba comprender el entorno que le rodeaba, pues eso implica supervivencia. Cuando estos incipientes personajes se formularon las primeras preguntas acerca de su proveniencia, este no muy desarrollado instinto de curiosidad, lo primero que podían hacer era observar sus nacimientos; evidentemente la mujer daba la vida al igual que la tierra hacía crecer frutos de semillas fecundadas en su infinito vientre. El “nosotros” y todo lo que le rodeaba era una sola entidad con múltiples extensiones y funciones; la naturaleza éramos todos. Era sencilla la analogía, la gran fuerza creadora y benefactora tenía que ser una madre, tenía que ser mujer. Y entonces los hombres vieron que aquello era bueno, la noche era respetada y la luna admirada.
…Año 20000 a. C.
Los hombres rendían culto a la Gran Madre. Hacían sus primeras obras artísticas, esculturas con forma humana, femenina, con el vientre y los senos exagerados, clara alusión a la fertilidad. Las tribus identificaron su descendencia por línea materna pues el concepto de familia era equivalente al de la misma tribu. La clave de la supervivencia era la unión y la colaboración, ya sea para protegerse de amenazas como animales depredadores o de la temperamental e impredecible fuerza climática. No lo sabían, pero estaban viviendo –seguramente– el período de la más grande armonía de su historia: el sentido de pertenencia individual era algo desconocido, solo había una mente, la mente colectiva. Sus restos no son ostentosos, no se ocuparon de dejar decoradas tumbas, inmensas murallas de defensa o armas de combate en manos de los que escenificaban sus producciones artísticas, no había razón para ello, aún no existía el miedo al olvido. Y los hombres vieron que aquello era bueno, no había más adversidad que la que tenían que enfrentar todos juntos.
Comparación de los conceptos principales de representación artística según la época
…Año 10000 a. C.
Estos hombres mejoraron la manera en que producían herramientas y transmitían mensajes. Representaban la divinidad como un principio femenino, la naturaleza, el ciclo eterno de la vida, la muerte y el renacimiento, encarnado también por la Luna y sus fases; pero también dedujeron que ésta tenía un consorte, un hijo, y comenzaron a verse a sí mismos. Sus primitivos medios de comunicación les hicieron recurrir al abstracto y puro medio de los símbolos. La serpiente, por ejemplo, fue considerada un símbolo de la tierra, de sabiduría, de vida; símbolo del tiempo y de los ciclos; símbolo de fertilidad, de la sexualidad. Era algo a lo que había que respetar, algo a lo que había que temer, como la naturaleza misma. La encarnación de esta criatura iba a trascender los mitos y en la historia, desde la diosa creadora china, Nugua, o la diosa primigenia Tiamat, hasta el universal Uróboros. Y los hombres vieron que aquello era bueno; ninguna criatura cargaba con los pecados de los humanos, pues el pecado era una palabra aún desconocida.
…Año 6000 a.C.
Comenzaron a hacerse más preguntas, y dejaron de ser singular. Identificaron los factores que permiten la producción de alimentos por medio de la agricultura y domesticaron animales, por lo que dejaron de desplazarse. Aquí comienza la historia de un hombre: el que comenzó a estudiar todas las cosas de manera aislada, ya no como una totalidad. El que dejó de observar y se limitó a ver. Vio que la gran entidad femenina tuvo un hijo, el varón, porque sobre la tierra todo es fruto de la dualidad. Este hijo en muchos casos se unía a la madre para procrear de nuevo al hijo, su propio padre, en lo que se podría denominar el divino incesto, representado en los primeros pasos de cada religión mediante el emblema de alguna tríada (Isis, Osiris, Horus; Sin, Shamash, Ishtar; etc.) o trinidad (Brahma, Vishnú, Shiva; Cuerpo, Alma, Espíritu; etc.). La era de los héroes se aproximaba… Y el hombre vio que aquello era bueno, ahora tenían más protectores a los cuales elegir seguir.
…Año 3000 a.C.
Nuestro héroe desarrolló una nueva forma de representación escrita que desplazó a los símbolos, reduciendo las interpretaciones. El sedentarismo originado por la agricultura generó los primeros vestigios de la posesión, y este hombre vio en la fuerza física algo de vital importancia para el mundo conflictivo que se avecinaba. Y clamó: “mi tierra, mis recursos, a esta tierra la he trabajado con mi sudor y la voy a defender”. El hombre ha descubierto la propiedad. Comenzó a inclinarse hacia el raciocinio y se aferró a éste para justificar sus actos; se volvió curioso, se volvió miedoso, tuvo miedo a que le arrebataran lo que producía, tuvo miedo a perder, tuvo miedo a morir. El hijo se reveló contra su madre, comenzó a conquistarla, y embriagado de poder y del placer que éste le otorgaba, a punta de espada empezó a eliminar sus presuntas amenazas. El hombre quería dejar sus posesiones a su descendencia, pues horrible le hubiera sido pensar que su obra en vida fuese en vano, y sólo mediante el matrimonio podría asegurarlo. La monogamia se convirtió en la principal base de familia, por lo que ahora la descendencia no le pertenece a un grupo, sino a un hombre. Y el emancipado ahora justifica sus acciones por medio de la razón, la que comenzó a identificar con la luz, con el Sol, el que elimina la necesaria oscuridad del reino de la Luna, la luz que erradica los miedos que se esconden bajo lo que es desconocido; y el hombre ya no veía la tierra, ahora sólo ve hacia el cielo. La divinidad terminó de ser una para siempre y la tierra ya no es sagrada. Y el hombre vio que aquello era bueno, arrasaría con todo lo que estuviera en ella.
Papiro egipcio que muestra a Shu (el aire) separando a Nut (el cielo) de Geb (la tierra)
…Año 2000 a. C.
El hombre ya no vio unión entre tierra y cielo, e inmortalizó este hecho en testimonios de piedra mediante el arte, la escritura y la religión con el fin de marcar las creencias y comportamientos de las generaciones venideras. El sol comenzó a eliminar a la competencia y la serpiente quedó manchada de por vida. Apolo, dios solar, dio muerte a Pitón; Marduk asesina a la madre de todo lo existente, Tiamat, y con su cuerpo crea la tierra y el cielo, un nuevo orden a partir del caos que representa el estadio anterior, hecho que lo convirtió de héroe a dios. Y este hombre a la mujer debía restringir, pues sólo así podría garantizar su linaje, su sangre; la mujer debía ser también su propiedad. Ella pasó a ser símbolo de provocación y de pecado, y estas restricciones fueron clavadas en las hojas que serían veneradas por las multitudes venideras: la de los fuertes y conquistadores, y la de los débiles y sumisos. Las esculturas comenzaron a hacerse con atributos modestos, las “Venus” de la Era de Piedra quedaron muy distantes y sus intimidades ahora son vergüenzas. Y el hombre vio que aquello era bueno, pues ahora él es dueño de la tierra.
…Año 1000 a. C.
El hombre ahora es rey, es emperador. Así como había tierras, había alguien que las reclamaba. Quedó satisfecha su hambre de fe con una imagen antropomorfa de la divinidad que representa todos los atributos que deseaba encarnar, la fuerza, la valentía, el poder; el héroe se convirtió en Dios, masculino, pero también en un anhelo distante, morador del cielo, algo que todavía no ha podido terminar de definir. El hombre conquistó en el nombre del progreso, en el nombre de la luz y del dios que ésta personificaba, y se autoproclamó su descendiente, sea del poderoso Rá, del iracundo Zeus o del proveedor Inti (entre cientos más que podrán identificar), todos representados a menudo en batalla, ya sea participando o promoviéndola; se convirtieron en los padres de las divinidades menores que les siguieron y de las que le precedían. El patriarcado ahora es el orden divino. Las jerarquías se propagaron y en su cumbre se encuentra el hombre, el padre, el rey, o simplemente “Él”. Y el hombre vio que aquello era bueno, la Gran Madre conquistada en nombre de la razón quedó enterrada, y ahora él es dios.
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Notas complementarias:
- La base histórica que inspira el texto es fruto de investigaciones hechas por antropólogos como L. H. Morgan y escritores investigadores como F. Engels, C. Jung y J. J. Campbell.
- Las fechas no corresponden a una estricta norma de ubicación temporal, sólo brinda cierto orden cronológico. Varios pueblos, como los americanos antes de la conquista, todavía adoraban al Sol muchos siglos d. C. También, en varios pueblos las asimilaciones y transiciones de una fe a otra, o de un orden social a otro, ocurrieron más rápidamente o más lentamente según su caso.
- Existen varias excepciones sobre las divinidades solares, por ejemplo, en la religión Shinto japonesa, el Sol es representado por una diosa, Amaterasu; sin embargo el Shinto es una religión muy posterior a las divinidades citadas en el texto. Otra excepción sería dos de los dioses primordiales egipcios, dónde Geb (la tierra) es masculino y Nut (el cielo) es femenino; peculiaridad comparable al hecho de que en el antiguo Egipto no habían muchas diferencias sociales entre la mujer y el hombre.
- A manera de complemento cabe señalar la importancia que tuvo la astronomía y la observación de los cuerpos celestes, como una de las causas del politeísmo incipiente, en dónde el Sol es el astro principal.
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