El cerebro «escucha» lo que pasa en el intestino y le «da órdenes» para mantenerlo sano. El problema surge cuando esta comunicación bidireccional se corta y se pierde el control
Imagina que entre tu intestino y tu cerebro existe una autopista de comunicación constante. Este «eje intestino-cerebro» se comunica a través de señales nerviosas, inmunitarias y hormonales, y hoy sabemos que esta conversación es crucial en el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer.
¿Cómo se envían los mensajes?
• La vía de ida (del intestino al cerebro): Las bacterias de tu microbiota/flora intestinal y sus subproductos pueden enviar señales de alarma a través del nervio vago. Lamentablemente, a veces estas señales pueden provocar la liberación de sustancias dañinas, como el glutamato, que es tóxico para las neuronas.
• La vía de vuelta (del cerebro al intestino): El cerebro responde a estas señales enviando sus propias instrucciones, por ejemplo, liberando acetilcolina para calmar la inflamación y ayudar a mantener un equilibrio saludable de bacterias.
Es un diálogo perfecto: el cerebro «escucha» lo que pasa en el intestino y le «da órdenes» para mantenerlo sano. El problema surge cuando esta comunicación bidireccional se corta. Si se interrumpe, se pierde el control y puede encenderse un fuego de inflamación crónica en el cerebro. El cuerpo empieza a liberar continuamente moléculas inflamatorias y hormonas del estrés, que acaban dañando tanto el sistema nervioso como el intestinal.
El círculo vicioso en el Alzheimer
Las personas con Alzheimer suelen tener una composición diferente de bacterias intestinales, con más variedades proinflamatorias. Aquí es donde las cosas se complican:
1. Barreras que fallan: Tanto la barrera intestinal como la barrera hematoencefálica (el filtro protector del cerebro) se vuelven más permeables. Esto permite que sustancias nocivas pasen con facilidad al torrente sanguíneo y lleguen al cerebro.
2. Confusión inmunológica: Para defenderse, algunas bacterias dañinas producen unas proteínas llamadas amiloides (sí, como las del cerebro en el Alzheimer). El sistema inmunitario se entrena para atacar estas proteínas bacterianas. El gran problema es que, después, puede reaccionar de forma exagerada y atacar también a las proteínas amiloides propias del cerebro, empeorando la enfermedad.
3. Un metabolito problemático: Un compuesto llamado TMAO, producido por algunas bacterias, puede acelerar la acumulación de placas dañinas en el cerebro.
Y los lípidos (grasas)… ¿Qué papel juegan?
¡Dejemos de pensar que las grasas son solo colesterol y triglicéridos! Son mucho más. De hecho, el cerebro está mayormente hecho de grasa. Aproximadamente la mitad de sus grasas son fosfolípidos, esenciales para la estructura neuronal, y necesita colesterol para funcionar correctamente, ya que es vital para la comunicación entre neuronas.
La paradoja está en que, si bien el cerebro necesita colesterol, el exceso puede ser perjudicial y avivar el fuego de la neuroinflamación. La clave parece estar en el equilibrio y en el tipo específico de moléculas derivadas de las grasas (metabolitos lipídicos) que se producen en las diferentes etapas de la enfermedad. No es «la grasa es mala», sino «¿qué tipo de grasa y en qué contexto?».
La salud de nuestro intestino y el equilibrio de sus bacterias mantienen una conversación constante con nuestro cerebro. Cuando esta relación se altera, puede contribuir a crear un ambiente de inflamación que favorece el Alzheimer. Cuidar nuestra microbiota a través de la dieta no es solo una cuestión digestiva, sino una poderosa estrategia para cuidar también de nuestro cerebro.
¿No es fascinante cómo algo aparentemente tan lejano como una bacteria intestinal puede tener una relación tan íntima con la salud de nuestra mente? Te invito a reflexionar sobre esto en los comentarios.
Foto: Vlad Vasnetsov








