Dentro de esta vorágine de agresión, es la palabra “puta” la que representa el mayor descalificativo hacia las mujeres.
Ayer, Juan José Liarte Pedreño, abogado y portavoz de Vox en la Asamblea de Murcia (partido político cuya ideología se resume en la defensa de España, la familia y de la vida), criticó en su Facebook a la Ministra de Justicia, Dolores Delgado, llamándola «tiparraca», «embustera» y puta, argumentando que «de una p*** solo se pueden esperar putadas».
Este es un ejemplo reciente de cómo en el 2019 un hombre con “educación superior” trata a una mujer probablemente peor que uno del paleolítico.
La violencia verbal como una forma de discrimen es en la política un terreno fértil y creciente a medida que las mujeres obtienen mayor protagonismo.
Contrario a los que algunos piensan, de que este tipo de agresión verbal proviene principalmente de personas con poca educación y de estratos bajos económicamente, la realidad evidencia que el comportamiento machista pulula en cualquier rincón de la sociedad y los ejemplos lamentablemente sobran.
El marzo, el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, llamó públicamente a unas mujeres «putas» durante un acto sobre la igualdad de género. También llamó «locas» a todas las que se atrevieron a criticarle.
En febrero de este año se dio a conocer unos de los polémicos memorandos en los que el exdirector del FBI James Comey recogió sus conversaciones entre Donald Trump y el presidente ruso, Vladímir Putin, quien con orgullo afirmaba «tenemos algunas de las putas más bonitas del mundo».
Los actos de discriminación y violencia de género están presentes en la cotidianidad de la política, siendo la agresión verbal, definida como el uso de palabras ofensivas o amenazantes en contra las mujeres, la más frecuente, pública y notoria. Dentro de esta vorágine de agresión, es la palabra “puta” la que representa el mayor descalificativo hacia las mujeres.