A Phillis no solo le arrancaron la niñez, también la humanidad. Creció sobre el mar en movimiento. Durante el viaje quizás escuchó alguna que otra historia sobre su supuesto lugar de origen, pero ella se extraña. ¡Qué fantasía de quien habla de un agujero acosado por la pica y la pala como si se tratara de una nación!

Nacida para servir y callar, ¿qué otra utilidad tiene una mercancía? Entre coros culposos se dio cuenta que era pagana. Entre señores pálidos supo que era negra. La educaron, al menos, aquellos que la adquirieron como objeto, y una puerta entreabierta pudo comenzar a ver: la magia de los antiguos se posaría ocasionalmente sobre su lecho. Oh lírica, refugio de los miserables, de los anónimos creadores del mundo. Y así continuó la historia de la primera escritora afroamericana.

Phillis Wheatley nació en Senegal, África occidental, en 1753. Esclava desde los 7 años, cuando es llevada al continente de la libertad. La familia Wheatley, de Boston, la compró y vieron en ella una chica inteligente, por lo que se encargaron de su educación y la convirtieron a la piadosa fe cristiana. Aprendió historia, de pueblos antiguos, griego y latín, y ya a los 13 años escribía sus primeros poemas.

Anónima en su propia obra. Su origen, también anónimo. La cruz, la virgen, los descendientes del Mayflower, conformaban sus personajes. Pero ¿quién se iba a creer que tales versos fueron escritos por un ser naturalmente por debajo del ideal americano? El tribunal de sabios se reunió y juzgó; y las palabras divinas que salen de los rosados labios certificó el don de la joven. En 1773 publica su libro Poems on Various Subjects (en Londres, porque ¿cómo el gran imperio del continente libre iba a publicar el libro de una negra?). Tenía 20 años.

A pesar de que los temas principales de su obra giran en torno a la moral puritana y a los hombres ilustrados (de esos que irónicamente aspiraron a la independencia bajo el discurso de la libertad), de cuando en cuando se permitía una retrospectiva que –siglos más tarde– iluminaría las luchas de un pueblo sin hogar:

 

La misericordia me trajo de mi tierra pagana,
Enseñé a mi alma ignorante a entender
Que hay un Dios, que también hay un Salvador:
Una vez que la redención no busqué ni conocí.
Algunos ven nuestra oscura raza con ojo despectivo,
“Su color es un tinte diabólico”.
Recuerden, cristianos, negros, negros como Caín,
Pueden ser refinados y unirse al tren angelical.

_
On being brought from Africa to America

 

La racialización es un proceso mediante el cual se captura, vacía y objetiviza –como menciona Achille Mbembe– a un determinado grupo humano con el fin de despojarle su proveniencia e identidad, para que el vacío que queda sea llenado con símbolos e ideologías que en el imaginario social dan forma a un ser ajeno a la especie del dominador. La raza se crea para establecer una categoría de distinción: el “blanco” nace con el “negro”.

El concepto de negro y la idea de África se alimentan mutuamente a medida que más se disocian. Uno remite a un pasado que no existe, el otro a un mundo sin pobladores. Los procesos de colonización están relacionados con los de la explotación de la tierra. Al reducir un territorio a una fragmentación de recursos a merced de reducidos grupos, se está desarraigando a sus habitantes originarios de un “lugar común”, convirtiéndose en un concepto ambiguo. Podríamos decir que todo grupo humano tiene un origen, pero ¿qué hay de los seres sin origen? Al mantener este distanciamiento surge el “sujeto de raza”.

La vida de Phillis es la de cientos, miles de seres humanos, aunque por lo menos de los que la historia se tomó la molestia de recordar su nombre. Al morir sus dueños, la poeta se vio obligada a trabajar como sirvienta en distintos lugares, casada con un hombre que la abandonó. Moriría a los 31 años, rodeada de miseria.

Siglos más tarde, Eduardo Galeano la recordará:

 

Fue llamada Phillips, porque así se llamaba el barco que la trajo, y Wheatley, que era el nombre del mercader que la compró. Había nacido en Senegal. En Boston, los negreros la pusieron en venta:
-¡Tiene siete años! ¡Será una buena yegua!
Fue palpada, desnuda, por muchas manos. A los trece años, ya escribía poemas en una lengua que no era la suya. Nadie creía que ella fuera la autora. A los veinte años, Phillips fue interrogada por un tribunal de dieciocho ilustrados caballeros con toga y peluca. Tuvo que recitar textos de Virgilio y Milton y algunos pasajes de la Biblia, y también tuvo que jurar que los poemas que había escrito no eran plagiados.
Desde una silla, rindió su largo examen, hasta que el tribunal la aceptó: era mujer, era negra, era esclava, pero era poeta.