El asunto de los nombramientos en el Servicio Exterior, es un tema cuadrienal. Todos los gobiernos pasados y presentes manejan una cuota (excesiva a mi gusto) de discrecionalidad en los nombramientos, aplicando el principio de inopia. Personalmente no creo que exista tal. Durante años se ha gestado una carrera diplomática y consular en la Cancillería de la República. Han sido y son miembros de esa carrera, profesionales de primera línea. Nos han representado en las adscripciones más complejas y otras no tantas, pero dejando muy en alto el nombre de Costa Rica. Excepciones a la regla, por supuesto, pero no tantas como los escándalos producidos por muchos funcionarios nombrados “dedocráticamente”.
Personalmente trabajé en una de las tantas reestructuraciones del estatuto del Servicio Exterior. De la mano de varios miembros activos de la carrera de entonces, se logró eliminar la carrera honoraria que tanto daño le hizo a la imagen de nuestro país. Con eso se exterminó la posibilidad de que el pasaporte diplomático sirviera de coraza y refugio para varios delincuentes internacionales que se beneficiaron de la inmunidad diplomática para pasar desapercibidos de la ley de sus países y de muchos otros.
Antes de que me digan algo, yo también fui una funcionaria del servicio exterior, y no de carrera. Es por esta razón que escribo con conocimiento de causa y con mucho aprendizaje, sobre la importancia que reviste la formación profesional en esas áreas de expertise, fundamental para mantener en alto la buena reputación de Costa Rica.
Tuve la enorme oportunidad de conocer de cerca el funcionamiento de los servicios exteriores de México, Brasil, Chile, Argentina, Cuba, por mencionar algunos de la América Latina, porque también aprendí mucho de los europeos, asiáticos y de América del Norte. Éstos si se lo toman en serio… Respetan la jerarquía, la rotación, la posición diplomática y política de sus gobiernos de manera militar.
Nosotros en Costa Rica tenemos nuestro Instituto Manuel María de Peralta: homólogo del Matías Romero de México o el Río Branco de Brasil. Se han graduado cientos del profesionales que ha esperado por siempre a ser nombrados en el Servicio Exterior, comenzando por el primer escalafón de Tercer Secretario o Secretaria, hasta el último de Embajador o Embajadora. Fui testigo desde mi puesto en la Cancillería como Directora General y posteriormente como profesora, de los excelentes jóvenes que pasaron por la Casa Amarilla, deseosos y esperanzados de una carrera diplomática profesional. Sabían que se exponían a ser nombrados en cualquier lugar del mundo con salarios poco competitivos, pero convencidos que iban a representar a Costa Rica. Se expusieron a los exámenes de ingreso a la carrera que he de decir, aunque laxos, importantes. Soñaban con Naciones Unidas, Guatemala, Reino Unido, Japón, etc. Muchos de ellos pagaban clases de varios idiomas para tornarse idóneos para los puestos. Yo también soñé con ello, pero renuncié a la posibilidad de ser parte de la carrera diplomática, pero no por eso, a la esperanza de ver a Costa Rica, con un ejército de profesionales bien preparados para defendernos en el exterior.
Sigo soñando que algún gobierno le dé la oportunidad los todos los miembros de la carrera diplomática. Sigo soñando en que se ponga en marcha con puntos y comas, el estatuto del Servicio Exterior. Sigo soñando que no se repartan los puestos de representación diplomática donde le convenga al nombrado o nombrada. Y con esto, no le quito la discrecionalidad al Presidente, de nombrar en algunas embajadas, a personas de su confianza, pero en algunas, no en la mayoría. Y también, sueño con que los miembros de esa carrera, se vuelvan de confianza para los políticos y sean nombrados como debe ser.