La supremacía del hombre sobre la mujer, inicia con la línea de descendencia, seguida del derecho de primogenitura y reforzado finamente por la división del trabajo.
En el planeta Tierra las mujeres a lo largo de la historia han estado subordinadas al hombre, aún muchas de las que han obtenido poder político y económico.
Según algunas teorías explicativas modernas, esta subordinación que sostiene la discriminación y el prejuicio de género tiene entre sus orígenes sociales básicos la “diferenciación”, que incorpora la connotación negativa a determinado grupo, para desvalorizarlo ante el otro grupo de dominio o “superior”.
El grupo de dominio crea, impulsa y sostiene la necesidad de reafirmación de la características presuntamente superiores, mantenimiento los prejuicios en las diferencias físicas y culturales a través de la socialización en el género, que comienza tan pronto nace él o la bebé, moldeándose dentro de un conjunto de pautas de comportamiento aprendidas.
Este dominio histórico del hombre sobre la mujer conocido como el patriarcado – “gobierno de los padres”-, es definido como la organización social dominante en el mundo en que la autoridad la ejerce el varón jefe de familia, quien a su vez es el dueño del patrimonio, del que forman parte hijos, esposa y bienes.
Pero, ¿cómo se origina esta diferenciación que da origen al patriarcado, y éste a la discriminación de género? Sin ser antropóloga ni socióloga, comparto lo que he aprendido son los tres factores básicos que ha propiciado y perpetuado la supremacía del hombre sobre la mujer, iniciando por lo comúnmente conocido como la línea de descendencia, seguida del derecho de primogenitura y reforzado finamente por la división del trabajo.
Línea de descendencia
Por filiación las relaciones genéticas son trazadas por la propia línea de sangre y los parentescos son los que se crean a partir de la llamada descendencia unilineal. Esta descendencia unilineal es de dos tipos: patrilineal y matrilineal.
Mediante la descendencia patrilineal, todos los hijos e hijas de la unión matrimonial son reclutados como miembros del grupo del padre, pero en la siguiente generación sólo los hijos de los varones podrán transmitir esta pertenencia, y no así las hijas, puesto que en el principio de la filiación patrilineal se haya implícita la idea de que la misma únicamente se transmita por vía de los varones.
En cuanto a los criterios que utilizan las distintas sociedades para crear los grupos de descendencia, éstos se reducen a dos: el nacimiento y el matrimonio, ambos generan un linaje, que es la línea de antepasados y descendientes de una persona. En términos genealógicos, es la serie de ascendientes y/o descendientes, en cualquier familia, de una persona considerada como el primero de un tronco o rama común. Pero el significado adicional, para algunos estudiosos del linaje, es el de la línea genealógica masculina que corresponde, dentro del árbol genealógico, y generación tras generación, a la línea paterno-filial que va uniendo a cada persona con su padre. En el mundo hispanoparlante, a esta línea genealógica masculina se le denomina «Varonía» pues durante siglos se ha compuesto, en sentido ascendente o descendente, únicamente de varones.
Derecho de primogenitura
El término primogenitura designa una anterioridad de nacimiento, y los derechos que de ella se derivan, en particular en materia de sucesión.
Este concepto se remonta al contexto bíblico, cuando se habla de primogenitura, refiriéndose a la enseñanza de que el primer nacido varón, tiene preeminencia y autoridad sobre aquellos que vienen en la familia, después de él. Es una importante parte de la teología bíblica.
En el sistema feudal, durante la Edad Media, se convierte en norma, de manera que el hijo mayor (o primogénito) heredaba la totalidad de las tierras, a fin de evitar una división del dominio, que pudiera conllevar un debilitamiento de poder de la línea.
Prácticamente todos los ordenamientos jurídicos antes de las revoluciones del siglo XIX, reservaban un mayor papel al primogénito de cara a la sucesión de su padre. Las civilizaciones estuvieron muchos siglos afectadas por el derecho de primogenitura, algunas de cuyas consecuencias fueron el favor de uno solo de los hijos varones a costa de los demás, e invisibilizando a las mujeres.
La primogenitura ha tenido importancia histórica en cuestiones como la herencia, los privilegios, las obligaciones. En la actualidad, en materia de sucesiones al trono todavía la primogenitura existe en lo que se refiere a la línea de varones.
División sexual del trabajo
Los estudios etnográficos sobre sociedades actuales demuestran que en la pre historia las tareas no eran exclusivas para hombres o mujeres. La primera división del trabajo correspondía a la fase inicial de la producción en la que la mujer ejercía varios trabajos, desde el cuido de los niños, la pesca, cultivo, caza menor, la medicina y la producción de herramientas para uso doméstico.
La línea de descendencia y los derechos de primogenitura incidieron en que en la estructura social se diera el proceso de la división de las tareas productivas (trabajo) y reproductivas (cuidado) de la sociedad, lo cual se denominó «división sexual del trabajo“. Esta división determina cómo los roles se distribuyen en la sociedad: las mujeres estarían a cargo de la reproducción social y los hombres de las tareas productivas.
La Revolución Industrial, que marcó el mayor conjunto de transformaciones de la historia de la humanidad desde el Neolítico (inicia en la segunda mitad del siglo XVIII, y que concluye entre 1820 y 1840), aunque impulsó cambios económicos, tecnológicos y sociales, y mejoró el nivel de vida de las masas, incluyendo a las mujeres, modificó poco los patrones culturales influenciados por línea de descendencia y derecho de primogenitura.
Causa y efectos
Los hijos varones han transmitido predominantemente la línea de descendencia, además de tener preeminencia y autoridad sobre las hembras, marcando el modelo estructural sobre el que se asienta la sociedad y se articulan relaciones ascendentes, colaterales y descendentes de consanguinidad y de afinidad con el parentesco y con el trabajo. De esta manera el hombre ha obteniendo el liderazgo en la articulación de la sociedad y su actividad económica, constituyéndose en el productor primario de capital y administrador de las riquezas.
Mientras tanto, la mujer ha quedado marginada, rezagada y subordinada al hombre, situación que ha incidido en que aún en el 2016, sean las principales víctimas de la pobreza extrema, convirtiéndose en el 70 por ciento de los 1.000 millones de personas que luchan por sobrevivir con menos de un dólar al día y siendo parte de los 550 millones, de los 867 millones de adultos analfabetos en el mundo.
Las mujeres poseen menos del 5% de la tierra, dado que por miles de años en su mayoría son los hombres los que la heredan. Las grandes fortunas (capital) provenientes por herencia han sido predominantemente administradas por hombres, aun cuando en excepciones han sido heredadas a las mujeres.
Por falta de ingresos o ingresos bajos por trabajos precarios, inestables o de tiempo parcial, falta de avales (propiedades) y dependencia económica del hombre, la mujer no tiene o tiene una escasa autonomía económica, por lo tanto no es sujeta de crédito.
Las mujeres representan únicamente el 4 por ciento de los altos puestos ejecutivos (CEO, Presidentas, Gerente General) de las empresas del índice Standard and Poor’s 500. Según Grant Thornton International Business Report 2013 el porcentaje mundial de las mujeres en puestos gerenciales es de un 24%. Recursos Humanos y dirección financiera son los cargos con mayor presencia femenina.
A nivel mundial, las mujeres ganan tres cuartas partes de lo que ganan los hombres, incluso con el mismo nivel de educación y el mismo cargo. En países desarrollados la brecha va desde un 6% a un 36%.
Conclusiones
Todos estos datos –y los vinculados a los derechos humanos, como acceso a la salud, educación, representación política e integridad física, entre otros- reflejan que los patrones de conducta discriminatorios hacia las mujeres, mantienen múltiples consecuencias nefastas en sus vidas.
Los prejuicios por líneas de descendencia, derecho de primogenitura y la división machista del trabajo han influenciados la manera de vivir de las mujeres y la forma de percibirlas, pues científicamente no existe ninguna evidencia de que la mujer, por razón de sexo, es genéticamente inferior al hombre.
Lo que sí es confirmado por estudios antropológicos es que el ser humano es producto de múltiples relaciones sociales, por ende, la identidad es aprendida y transmitida en diferentes temporalidades y espacios, determinados por una unidad y la interacción de normas y símbolos.
Esto lo confirman prestigiosos sociólogos europeos y latinoamericanos como Thomas Luckmann y Jorge Larraín, quienes coinciden en que la identidad es un proceso de construcción en la que los individuos se van diferenciando así mismo en estrecha relación simbólica con otras personas, obedeciendo factores ideológicos y culturales, que permiten direccionar el horizonte en sus distintas aspiraciones e intereses frente al «otro» dentro de su legitimación y reconocimiento.
Como la socialización del género comienza desde el nacimiento del ser humano, creando y formando su identidad, es posible eliminar los prejuicios, reformular las creencias y actitudes.
Podemos reconfigurar códigos sexuales, eliminar actitudes represivas, construir procesos inclusivos y sucesivos de socialización, con marcadores sociales independientes de aspectos históricos, sexuales o biológicos, que formen una conciencia modulada objetividad, libre de prejuicios y discriminación.
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