En la mayoría de las sociedades los hombres predominantemente tienen el acceso al poder económico y político, por consecuencia, los sobornos, tráfico de influencias y malversación de bienes, entre otros actos de corrupción, son perpetrados por personas del sexo masculino. Pero ¿cuándo las mujeres ostentan el poder, son menos corruptas que los hombres?
Estudios, afirmaciones y leyendas urbanas afirman que las mujeres, en general, son menos violentas, delincuentes y corruptas que los hombres.
Datos recopilados en un estudio mundial sobre el homicidio de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), publicado en 2014, confirman que cerca de un 95% los homicidas a nivel global son hombres.
En el 2016 el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas sobre las tendencias de la delincuencia a nivel mundial, afirmó que el 90% de los crímenes en el mundo eran perpetrados por hombres.
Eric Monkkonnen, historiador estadounidense de ciencias urbanas y sociales y autoridad en historia del crimen, analizó exhaustivamente las estadísticas de homicidios en algunas ciudades del mundo, concluyendo que entre el 85% y 93% fueron realizados por hombres.
Genética o socialización
Estos datos poco a nada son vinculantes a la genética del hombre, sino, como lo ha afirmado Enrico Bisogno, jefe de la unidad de desarrollo de datos de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, UNODC, se debe a los roles del hombre y la mujer en ciertas sociedades, el consumo de alcohol, el acceso a armas de fuego, la tendencia masculina a participar en pandillas o en actividades del crimen organizado.
En una entrevista para BBC Mundo, la profesora de Sociología de la Universidad de Harvard, Jocelyn Viterna, afirmó que la impresionante diferencia en las tasas de homicidio por género es claramente enraizado en la socialización de género, debido a que se espera que los hombres sean violentos y las mujeres pacíficas y existen hombres y mujeres que satisfacen esas expectativas.
El enfoque sociológico de Viterna lo comparten Laura Sjoberg y Caron E. Gentry, autoras del libro «Madres, monstruos, putas: la violencia de las mujeres en la política global» (Mothers, Monsters, Whores: Women’s Violence in Global Politics), quienes consideran que las razones que explican por qué hay mayor cantidad de hombres que mujeres homicidas podrían tener raíces sociales y culturales y no biológicas. Tal afirmación proviene luego de examinar una importante muestra de mujeres militares que practicaron la tortura, las «viudas negras» chechenas y las mujeres que dirigieron y participaron genocidios en Bosnia y Ruanda.
Mujer y poder
La corrupción, “esa plaga insidiosa que tiene un amplio espectro de consecuencias corrosivas para la sociedad”, como la describe el prefacio de la Convención de las Naciones Unidas Contra la Corrupción, ¿es vinculante al género masculino? La respuesta emerge nuevamente en la socialización de los géneros con sus respectiva asignación de roles, a la que se le añade la variable poder.
En la mayoría de las sociedades los hombres predominantemente tienen el acceso al poder económico y político, por consecuencia, los sobornos, tráfico de influencias, malversación de bienes, abuso de funciones, enriquecimiento ilícito y blanqueo de dinero, entre otros actos de corrupción, son perpetrados por personas del sexo masculino. Pero ¿cuándo las mujeres ostentan el poder, son menos corruptas que los hombres?
Tania Verge, española que ha realizado investigación social de la interacción entre género y política, considera que la mujer es más ética que el hombre, a pesar de que no se puede establecer una relación directa entre un incremento de la presencia femenina y un menor índice de corrupción, ya que la menor incidencia de corrupción entre mujeres puede deberse simplemente a que tienen menos posibilidades de involucrarse en ella. En lo que sí coincide Verge con otros sociólogos, es que en los Gobiernos más abiertos, democráticos y transparentes, generalmente cuentan con más presencia femenina en cargos públicos y también menores niveles de corrupción, pero no por genética, sino por las diferencias en la educación que reciben las mujeres, a las cuales se les inculca desde niñas que la ambición, el poder y la producción de dinero son “cosas de hombres”, y esto las hacen más distantes a conductas corruptas.
Así lo confirma Justin Esarey, de la Universidad de Rice Texas, en el estudio “¿Sexo débil o mito de pureza? Corrupción, género y contexto institucional. El científico social concluye que la relación entre el género y la corrupción parece depender del contexto y también de cuán democráticos son los regímenes de gobierno. «Cuando la corrupción está estigmatizada, como en la mayoría de las democracias, las mujeres son menos tolerantes y menos propensas a participar en ella, en comparación con los hombres”.
Más duros con ellas
La destitución por prácticas de corrupción de dos importantes dignatarias, Dilma Resseuff en Brasil y Park Geun-hye en Corea del Sur, puso al relieve que este mal que socava la legitimidad de las instituciones públicas no es ajeno a las mujeres. Se une a este corto, pero representativo listado, la ex presidenta de Argentina, Cristina Fernández, actualmente procesada por asociación ilícita, negociaciones incompatibles y lavado de dinero.
En el sector privado fueron muy sonadas –y hasta inspiración para películas- las historias de las norteamericanas Leona Helmsley, encarcelada por evasión de impuestos y Martha Stewart, declarada culpable de conspiración, falso testimonio y obstrucción a la justicia.
Aunque al igual que muchos hombres, ellas cometieron actos de corrupción, faltas a la ley y a la ética, cuando se trata del sexo femenino la opinión pública en más inquisidora y menos tolerante, debido al estereotipo de que la mujer es la transmisora de valores en la sociedad. Por ello, cuando rompen ese rol impoluto, el colectivo las penaliza con mayor rigor. Otro discrimen por razón de género: sí.
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