¿Usted es una de las personas que han aprovechado un «gangón»  y después de comprar el artículo en presunta promoción se da cuenta que lo adquirió al precio original de venta?

Conozco una persona que, cada vez que entra en algún supermercado o tienda y ve los rótulos de ofertas, clama que son un fraude, como el teatro que han llamado Black Friday, donde suben los precios de los productos la semana anterior para “bajarlos” después.

También está seguro de que la mayoría de los consumidores en el fondo lo sabemos pero que no obstante nos hemos acostumbrado a vivir con los ridículos precios que adornan las estanterías. Por otro lado, tal vez se hace necesario recalcar la poca inclinación que parece tener el tico promedio a la confrontación.

La semana pasada nos dimos a la tarea de comprobar la teoría de mi conocido. Entramos a uno de esos supermercados, de los más populares del Valle Central, y entre los primeros estantes, los que muestran los vinos y licores, pudimos observar un rótulo grande amarillo con letras negras que decían “REBAJA”, y acompañado del número que marcaba la ganga, y abajo, en tipografía más pequeña, la supuesta prueba de la rebaja: “antes”, tal precio; “ahorra”. Ahora bien, basta con levantar el rótulo para revelar el precio que tenía el producto antes de la súper oferta para darnos cuenta de que es exactamente el mismo número de la supuesta rebaja.

Encolerizada comencé a levantar varios de esos rótulos amarillos, y la mayoría replicaban la misma descarada falsedad. Luego me proyecté hacia otras áreas del noble supermercado para apreciar que la comedia se repetía. Aunque debo ser justa y decir que no eran todas las ofertas; en el área de verduras el precio original era mayor al de la oferta, como pudimos verificar en los hongos y las papas. No obstante, esto no cambia la mayor de mis preocupaciones, todo esto tiene un nombre: publicidad engañosa (en caso de ser, por supuesto, un acto deliberado).

Me considero una persona tranquila. Pude soportar en el mismo supermercado que, al guiarme alguna vez por un precio de oferta, al llegar a la caja me marcaran el mismo precio de siempre. He aguantado cómo, al adquirir uno de esos productos que decía “2×3”, al llegar a la caja me cobraban los 3 por igual, y tampoco hacía nada. Pero los tiempos ya no están para paciencia. Los productos cada vez son más caros; los impuestos vienen más rápido que las gangas, y el consumidor sigue recibiendo los insultos de un mercado voraz que crea su propia competencia para prevalecer.

¿Hasta cuándo la paciencia del siervo consumidor?