Algunos políticos, en un abrir de boca escupen palabras malditas, frases y discursos de discriminación contra personas y grupos, a sabiendas de que son generadoras de odio e intolerancia

En un ensayo escrito por Esteban Rodríguez Alzuet, titulado “Palabras Malditas, de la seguridad preventiva al vivir bien”, el autor inicia su escrito afirmando: “Hay palabras que están malditas, que nos llegan cargadas de sentido, que no podemos desactivar. Somos objeto de retóricas que no siempre pueden controlarse, que hablan por nosotros, que nos hacen decir cosas que no sentimos ni queremos, que no siempre elegimos. Ya lo dijo Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”.

Muchas personas difieren de otras en sus creencias políticas, religiosas, de género y sectores sociales; hasta pueden sentir aversión por conductas y roles no tradicionales e incompatibles con las suyas, sin embargo, respetan y toleran esas diferencias. Su sentir es propio y compartido probablemente con un grupo cercano de amigos y familiares, pero sin externar repudio por quienes son diferentes o piensan contrario a ellos.

Este no es el caso de algunos políticos, que en un abrir de boca escupen palabras malditas, frases y discursos de discriminación contra personas y grupos, a sabiendas de que el odio y la intolerancia hieren y matan.

Este el caso del presidente de Argentina, Javier Milei, que desde su campaña electoral dejó clara su posición en contra de todo lo relacionado a feminismo, diversidad e inclusión. Este presidente, algunos de sus aliados y representantes de alta esferas de su gobierno, han expresado en forma directa e indirecta, su desprecio y antagonismo hacia la comunidad LGTB, (Lesbianas, Gais,​ Bisexuales y Trans).

A pocos meses de asumir el liderazgo de este país, Milei, inició el desmantelamiento de programas y políticas de prevención de la violencia de género, bajo el argumento de que este tipo de ministerio “No se trata de un derecho, se trata de privilegios”. Posteriormente, anunció la prohibición del lenguaje inclusivo y de “todo lo referente a la perspectiva de género”.

Aliados de Milei, como el diputado Ricardo Argentino Bussi, expresó sin tapujos que «…el que decide ser travesti, que se la banque solo; no se puede dar una cuota del Estado a alguien que pertenece a un grupo minoritario».

La historia -plagada de hechos- nos ha demostrado que cuando un líder político critica, se mofa, agrede y discrimina contra un grupo, el efecto es terrorífico. Y ya lo vive Argentina, en donde la semana pasada un hombre lanzó una bomba molotov en una pensión del barrio de Barracas, asesinando a Pamela Cobbas, Roxana Figueroa y Andrea Amarante, que murieron por las quemaduras, y dejando en estado crítico a Sofía Castro, todas lesbianas. Todas mujeres. Todos seres vivientes cuyo único pecado es tener una preferencia sexual diferente a la mayoría predominante.

La comunidad internacional ha externado profunda conmoción y preocupación por este crimen de odio.

Un grupo de legisladores de la alianza argentina Unión por la Patria, emitieron un comunicado de prensa exhortando al gobierno y a los ciudadanos a convivir en tolerancia manifestando que “Es imperioso que se comprenda que el odio mata. Las quemaron por lesbianas y por pobres, con un objetivo muy claro: disciplinarlas. Es un crimen silenciado e invisibilizado por diferentes sectores”.

Además, aseguran que hechos de ese tipo son resultado de la legitimación de discursos de odio transmitidos en medios de comunicación, desde las altas esferas gubernamentales, lo cual habilitas situaciones de extrema crueldad y tiene un impacto extremadamente violento.

Leyendo algunas noticias sobre el asesinato de estas mujeres, hubo una nota publicada en Prensa Latina, con una foto que me sacudió el alma; un pequeño papel estrujado, tirado en el césped, con el siguiente texto: “En estas calles atacaron a cuatro lesbianas. JUSTICIA ES QUE NO VUELVA A PASAR.”

Foto: Andrea Piacquadio