
Veintitrés mujeres de una localidad pesquera costarricense están esforzándose por recuperar un manglar virtualmente destruido, hace tres décadas, por una compañía salinera.
El grupo, que es parte de la comunidad de Cuajiniquil, en un sector de la noroccidental provincia costera de Guanacaste –que limita con Nicaragua-, aspira, de ese modo, a dar nuevo impulso a la actividad pesquera de la zona, con la esperanza de lograr que mejore la economía local –además de la personal y la familiar de las integrantes de esta singular fuerza de tarea ambiental-.
Al explicar la iniciativa, al provincial periódico La Voz de Guanacaste, algunas de las involucradas en la iniciativa explicaron que aspiran a, simultáneamente, explotar, sosteniblemente, el humedal, y a protegerlo.
“Hay que darle vida a esto, que está como un desierto”, planteó Carmen Cortés, respecto al trabajo iniciado hace dos años, y que empieza a mostrar resultados.
Por su parte, Argerie Cruz explicó que la razón de ello es la ambientalmente destructiva operación, desarrollada hace algo más de tres décadas, en el lugar, por una cooperativa salinera que, tras haber quebrado, se retiró, pero “dejó un manglar destruido”, ya que, para desarrollar su labor, “había eliminado todos los árboles de mangle”.
“Pese a estar en contacto con el mar, los manglares dependen del agua dulce para desarrollarse, por lo que un incremento en los niveles de sal del agua altera los procesos físicos y fisiológicos del ecosistema”, señaló.
El esfuerzo de estas guanacastecas constituye un plan piloto sin precedente, en Costa Rica, dirigido por el Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac), con la participación de varias entidades, lo mismo nacionales que de otros países –entre las segundas, el mexicano Instituto de Ecología, Pesquería y Oceanografía del Golfo de México de la Universidad Autónoma de Campeche (UAC), y el Fondo Francés para el Medio Ambiente Mundial, que aporta financiamiento-, según la versión periodística.
Las veintitrés mujeres, así como otras personas de la comunidad, llevan a cabo tarea tale como el cavado de zanjas, así como la siembra de árboles y otros componentes de la flora propia del manglar, indicó la bióloga María Marta Chavarría, del Área de Conservación Guanacaste (ACG).
“Lo que estamos haciendo es reforestando, y haciendo unos canales para permitir el flujo rápido del agua en el manglar durante las mareas”, precisó Chavarría.
Se trata de una extensión de siete hectáreas, una de numerosas áreas mangle que Costa Rica ha perdido a causa de la operación de compañías salineras, así como de la deforestación para la producción agrícola y ganadera.
Al respecto, un informe producido hace dos años por el Sinac, y citado por el periódico, indicó que, durante los casi cuarenta años transcurridos desde1980 hasta 2013, el país centroamericano perdió, por esas actividades ambientalmente agresivas, un 43 por ciento de sus manglares –indicando que ello es equivalente a la superficie combinadas de 27 mil canchas de fútbol-.
De acuerdo con la versión periodística, los primeros registros de actividad salinera en lo que actualmente es territorio costarricense datan de aproximadamente 1500, y que la extracción de sal fue regulada 477 años después -en 1977-, cuando entró en vigencia la Ley de Fomento Salinero.
De acuerdo con un informe del Instituto Costarricense de Pesca y Acuicultura (Incopesca), también citado por el periódico “por cada siete hectáreas de manglar, unas 70 familias logran alimentarse, gracias a la extracción y venta de pianguas y otros moluscos”.
Precisamente, siete hectáreas es la superficie de mangle que las 23 guanacastecas están esforzándose por recuperar.
Al respecto, Estela alemán, quien encabeza el grupo, señaló que el rendimiento económico del área constituye un aspecto destacado de la iniciativa.
“Si no hay manglares, no hay pesca”, expresó, para agregar que “son criaderos de peces que, bien cuidados, permitirán una producción permanente de alimento”.
Además, aclaró que “lo que estamos buscando es un equilibrio: comemos lo que el manglar produce, pero también lo protegemos”, algo que constituye “nuestra obligación, porque nosotros mismos (como comunidad, décadas atrás) acabamos con lo que teníamos”.
En ese sentido, Chavarría señaló que, dos años después de comenzada, la iniciativa “tiene resultados visibles, como la cantidad de matas de manglar que continuaron su proceso de crecimiento, y ver agua corriendo por los canales”.
“Entendiendo la importancia del manglar, uno ve eso y se llena de esperanza”, reflexionó la bióloga.
En opinión de Chavarría, el proyecto es aplicable a otros manglares, a nivel no solamente de Guanacaste sino nacional.