En Irán, bajo la dictadura religiosa, cuando se trata de tortura, la discriminación de género no se aplica a las presas políticas: son maltratadas igual que los hombres
Las mujeres quienes se oponen a las políticas misóginas de la teocracia musulmana instalada hace casi medio siglo en el país del oeste asiático, son sometidas a crueles procesos que son etiquetados, por el régimen, como de reeducación.
Al revelar detalles de esa situación, la opositora socióloga iraní Monireh Baradaran
-quien fue encarcelada durante nueve años- dijo que ese período de privación de libertad se constituyó en una pesadilla.
Bajo el régimen dictatorial iraní, “la mujer es una persona de segunda clase”, aseguró Baradaran, y precisó que “eso significa que no vale tanto como un hombre”.
“Pero en cuanto a las torturas y a las ejecuciones, se nos trataba igual que a los hombres”, agregó, respecto a su encarcelamiento -durante la década de los 80s-, tras el cual se exilió, en 1991, en Alemania.
“Ideológicamente, las mujeres que oponen resistencia son vistas como niñas a las que hay que reeducar”, indicó, en declaraciones reproducidas, el 27 de octubre, por el medio de comunicación alemán Deutsche Welle (DW).
“Sólo que ese proceso de reeducación de las mujeres, era lo peor”, precisó Baradaran, una escritora y defensora de derechos humanos, quien, durante su período de reclusión política, fue torturada.
“Por ejemplo, no podíamos ver ni escuchar nada -durante semanas, meses-, y estábamos siempre sentadas”, continuó relatando, además de reflexionar que “eso era tremendo (…) esa era su forma (del régimen) de reeducarnos”, puntualizó, citada en la nota que DW tituló “Irán: ‘Las mujeres solo son iguales a los hombres en las torturas’”.
En cuanto a los peores momentos de su reclusión, dijo que ocurrieron en 1981.
“Eso fue como una pesadilla”, expresó, para denunciar que “fui torturada, también veía cómo torturaban a otros, era una rutina, y era brutal”.
“Había torturas, latigazos, me colgaban, o tenía que estar sentada durante horas, con las manos atadas, una adelante y la otra detrás de la espalda”, agregó, en su relato, para precisar que la situación “era terrible”.
“También había torturas como el aislamiento total, sin movimiento, durante semanas, meses, o la privación del sueño”, dijo, además.
“También se hacían ejecuciones en masa”, agregó, para relatar que “mi hermano fue ejecutado, y, en ese momento, pudimos escuchar el sonido de los tiros”.
“En un lapso de unos cuatro meses se ejecutó a 4,000 personas, según un informe de Amnistía Internacional”, denunció, a continuación, para puntualizar que, “tal vez, incluso a más”.
“Es en este contexto, que los encarcelamientos masivos actuales son tan terribles”, reflexionó, en referencia a las numerosas detenciones de manifestantes -principalmente mujeres- que, desde mediados de setiembre, tienen lugar en Teherán -la capital del país- y otras ciudades a nivel nacional, contra la política misógina de la dictadura.
Bajo el machista régimen teocrático, “la mujer es una persona de segunda clase”, lo que “significa que no vale tanto como un hombre”.
“Pero, en cuanto a las torturas y a las ejecuciones, se nos trataba igual que a los hombres”, aclaró, de inmediato.
“Ideológicamente, las mujeres que oponen resistencia son vistas como niñas a las que hay que reeducar, sólo que ese proceso de reeducación de las mujeres era lo peor”, agregó, en referencia a su período de prisión.
“Por ejemplo, no podíamos ver ni escuchar nada, durante semanas, meses, y estábamos siempre sentadas”, indicó, para subrayar que “eso era tremendo (…) esa era su forma de reeducarnos”.
Las actuales manifestaciones vienen teniendo, incesantemente, lugar hace más de un mes, en inmediata reacción al asesinato, el 16 de setiembre, de Mahsa Amini, de 23 años, mientras se hallaba detenida.
La joven fue arrestada, en Teherán -la capital nacional-, por efectivos de la Gasht-e Ershad (Policía Guía, o Policía Orientadora) -fuerza de seguridad de control de la fe, popularmente conocida como “policía de la moral” -.
Según los agentes involucrados en el arresto, Amini violó la estricta Ley sobre Hijab y Castidad, al llevar inadecuadamente puesto su hijab -velo religioso que cubre la cabeza, hasta los hombros, de quienes lo usan-, ya que no le ocultaba, completamente, el cabello.
La aplicación de esa legislación es responsabilidad de la Sede para el Ordenamiento del Bien y la Prohibición del Mal -una especie de ministerio de la moralidad-, y la severidad en la aplicación de esa ley fue fortalecida, en agosto, mediante decreto del cuestionado presidente Iraní, Ebrahim Raisi.
El asesinato de Amini, mientras estaba en custodia policial, disparó, a nivel nacional, marchas por parte de mujeres -principalmente jóvenes, incluidas adolescentes-, y con participación de hombres.
Las protestas -que se mantienen en decenas de ciudades incluida Teherán- han incluido, como signos más visibles de insurrección de género, la remoción y quema de hijabs, lo mismo que el corte de pelo, por parte de numerosas participantes.
La dictadura religiosa impone, por la fuerza, su arbitraria interpretación de la legislación y las costumbres islámicas, violando las garantías fundamentales, en general, y con particular ensañamiento, los derecho de la población femenina.
Llegada al poder en 1979, la tiranía es encabezada por un líder supremo -actualmente, el ultraconservador ayatola (máximo sacerdote) Ali Khamenei-, la más alta autoridad gubernamental -con rango superior al presidente-.
Desde entonces, entre otras misóginas medidas, el patriarcado sacerdotal obliga, a las mujeres -y a las niñas, a partir de la edad de siete años- a usar hijab -prenda que cubre, la cabeza, hasta los hombros, de quien la usa-.
El propósito específico de este accesorio es el de cubrir el cabello -que, de acuerdo con lo establecido por la costumbre musulmana, las mujeres mantienen largo-.
Según lo determinado por el régimen, el hijab debe usarse ajustado a la cabeza, obligación que, de no ser cumplida estrictamente, implica brutal castigo.
Foto: Anete Lusina