
«Desafortunadamente poco hace una ley si no existe consciencia. Y no solo debemos empezar a levantar consciencia en quienes pueden convertirse en agresores, sino en quienes se supone que deben hacer cumplir las leyes».
Si usted es feminista, en especial si es una mujer feminista, se habrá topado con esta pregunta al menos una vez en su vida (de seguro han sido muchas más que una). Si usted no es feminista, ya nos habrá incomodado alguna vez preguntándonos esto. Esta es una explicación de esas que no necesitamos las feministas sino quienes no lo son, pero que desafortunadamente leen quienes ya lo saben e ignoran quienes deberían saberlo.
Empecemos por hablar de una crítica con la que topamos muy a menudo: “¿Qué más quieren? Ya tienen sus derechos, lo que pasa es que les gusta seguir haciéndose las víctimas. Que marchen las de los países árabes, esas sí están oprimidas, no como las vagas de acá que solo quieren rayar paredes y enseñar su cuerpo”. Esta es la típica hablada siempre que se acerca alguna marcha o cualquier otra manifestación feminista. Y no solo la escuchamos de boca de hombres, también de mujeres que aseguran que el feminismo “no las representa”. Incluso la pregunta salta a veces en personas que no tienen mala intención, que genuinamente no entienden la lucha.
Y es entendible que muchas personas no sepan (o finjan no saber) sobre este tema. ¿Qué queremos? Ya somos iguales ante la ley, al menos en la mayoría de países occidentales hay leyes que afirman la igualdad entre hombres y mujeres. No existe el matrimonio forzado, no nos prohíben votar, estudiar, trabajar, etc. Entonces, a simple vista, parece que solo queremos joder. Sí, a simple vista, el problema es que a simple vista nos ponen un paisaje pintado de frente para escondernos la fea realidad…
Alguna vez leí una frase muy significativa cuando hablamos de una lucha social: “No queremos nuestros derechos escritos en piedra. Los queremos en nuestras casas, sobre nuestras cabezas”. Es exactamente lo que ocurre con nuestros derechos: en la teoría ya los ganamos. Están ahí, escritos en papel donde dice que ninguna circunstancia le da derecho a un hombre de violarme, que nadie puede prohibirle a una mujer estudiar la carrera que le guste más, que ninguna mujer debe ser sometida a acoso por su ropa, su condición social, etc. Pero, ¿en la práctica es así?
Desafortunadamente poco hace una ley si no existe consciencia. Y no solo debemos empezar a levantar consciencia en quienes pueden convertirse en agresores, sino en quienes se supone que deben hacer cumplir las leyes. ¿De qué nos sirve que la ley diga que mi esposo no tiene derecho de violarme, si cuando voy a denunciar que él me violó todos, desde policías hasta jueces me cuestionan, ponen en duda mi palabra o simplemente tratan mi denuncia como “menos importante”? ¿De qué nos sirve que las mujeres tengamos el mismo derecho que los hombres a estudiar la carrera que más nos guste y se adecúe a nuestras expectativas, si cuando llegamos al salón de clases el abogado o el científico que da la clase es el primero en ejercer violencia contra nosotras, porque sienten que les robamos su espacio? ¿De qué nos sirve que la ley diga que los hombres de nuestra familia no son dueños de nuestras vidas, si estos nos siguen matando mientras la sociedad se pregunta qué hicimos nosotras que lo hizo enojar?
Es esto lo que buscamos las feministas de la tercera ola. Sí, nosotras las que somos tachadas de “vagas”, de “ridículas”, porque estamos en una lucha obsoleta, porque ya todo se hizo y nosotras solo queremos hacer bulla. Y claro que queremos hacer bulla, y seguiremos aquí haciendo bulla hasta que la sociedad entienda que el cuerpo de la mujer es autónomo y que nadie puede forzarnos a hacer o ser algo que no queremos. Seguiremos aquí haciendo escándalos hasta que entiendan que una mujer es acosada porque su agresor tiene un problema que le hace buscar dominio sobre ella, no por como ella se vistió. Hasta que entiendan que sin importar la situación, un hombre no tiene derecho ni justificación para asesinar a su pareja.
Es un trabajo duro, más quizá que el de nuestras compañeras del pasado. Porque lo que buscamos ya no es solo que se escriban leyes que nos defiendan, si no que esas leyes se reflejen en el actuar de las personas. No todos van a cambiar, ya lo sabemos. Aspectos como el fundamentalismo religioso, la misoginia de quienes crecen creyendo que somos sus objetos, y muchos otros, hacen difícil, por no decir imposible, que algunas personas lleguen a entender esta lucha y respetarla al menos. Pero vienen generaciones nuevas, de personas más preparadas para entender el feminismo y vivir la igualdad real que este movimiento siempre ha buscado.
No, no buscamos que nos pongan en un pedestal, ni que nos protejan como seres frágiles e intocables. Lo que queremos, lo que exigimos, es el respeto que como humanas nos merecemos. Y que este respeto deje de basarse en nuestros antecedentes sexuales, en la ropa que llevamos, el estado civil, el color de piel o la clase social. Lo que exigimos es que entiendan que no hay nada en este mundo que le dé a una persona el derecho de violentar a otra. Necesitamos que dejen de preguntar qué llevaba puesto la que fue piropeada, cuánto había tomado la que fue violada o qué hizo la que fue asesinada por su pareja.
Y no, no vamos a llevar nuestra lucha de la manera que le parezca más decente o más educada a nuestros agresores. A veces tenemos que rayar paredes para atraer la atención de los medios que de otro modo nos ignoran. Otras tenemos que marchar con el torso desnudo para recordarles que es nuestro cuerpo, que nosotras mismas podemos usarlo como queramos pero nadie más tiene derecho a usarlo, cosificarlo, ponerle precio. Vamos a gritar, a hacer mucho escándalo, no solo para recordarle a los sectores que pretenden pisotearnos que estamos aquí, sino para recordárselo a aquellas que tienen miedo, que no se han atrevido a hablar, y que necesitan saber que no están solas, que somos muchas, que cada día somos más .