En el año 1979 (un año antes de fallecer) el renombrado director de cine, conocido como «el maestro del suspenso», Alfred Hitchcock, recibió un premio del American Film Institute (AFI) en honor a su carrera. En medio de su discurso, Hitchcock sorprendió al público con un conmovedor agradecimiento:
«Pido permiso para mencionar por su nombre, solo a 4 personas que me han dado todo su cariño y constante colaboración. La primera es una editora, la segunda una guionista, la tercera es la madre de mi hija y la cuarta es una excelente cocinera, capaz de obrar milagros en la cocina de un hogar. El nombre de las 4 es: Alma Reville. Si la hermosa señorita Reville no hubiera aceptado, hace 53 años, un contrato vitalicio sin opciones, para convertirse en la señora de Alfred Hitchcock, es posible que el señor Alfred Hitchcock se encontrara en esta sala esta noche, sin embargo, no estaría en esta mesa, sino que sería uno de los camareros más lentos de la sala. Quiero compartir este premio, como he compartido mi vida, con ella.»
La historia de Alma, como muchas otras, se ha resumido a lo largo de la historia a ser «Lady Hitchcock» y a «colaborarle» a su esposo en esas producciones que hoy en día son consideradas como obras maestras, pero en realidad es mucho más que eso.
Alma y Hitchcock se conocieron cunado trabajaban para la empresa Famous Players-Lasky Studio de la compañía Paramount en Londres. Hija de un ayudante de vestuario, que con solo 16 años ya había arrancado con su carrera: fue actriz, guionista y una de las primeras editoras de la historia del cine, en una época en la que el montaje era de vital importancia, ya que de ello dependía que los filmes -que no poseía diálogos- se comprendieran bien.
Por su parte, Hitchcock trabajaba en el departamento de arte, haciendo los intertítulos (escribiendo carteles) para las películas. Una diferencia abismal, en cuanto a experiencia y trayectoria entre ambos hasta ese momento. Incluso, en la primera película que coincidieron, Alma se desempeñó como directora de montaje, mientras que él lo hacía como ayudante.
Pero pronto las cosas cambiarían para Alma, ya que después de que se casaran ella pasaría a ser solo la sombra de su marido. Ella se conformó con ser su mano derecha. Una que, aunque dedicó su vida a corregir su obra y ayudarlo, su nombre casi nunca figuró en los créditos de sus películas, incluso cuando algunas de las escenas más icónicas de su filmografía no serían lo mismo sin su intervención. El mismo director afirmó alguna vez que sin su mujer jamás habría logrado hacer su primera película, y que cada vez que finalizaba cada toma, la miraba y le preguntaba “¿Va todo bien?»
La historia de Alma, como muchas otras historias de mujeres en la historia del cine, habría sido omitida si no fuera porque en el año 2003 se publicó un libro escrito por su propia hija, Patricia Hitchcock, quién prefirió escribir las memorias de su madre, a pesar de que fue su padre el que se hizo famoso. El libro, llamado «Alma Hitchcock: The Woman Behind the Man», narra la historia de esta brillante mujer y la importancia de sus aportes en la obra del aclamado «maestro del suspenso», quién se aprovechó de su talento por más de 50 años con escaso o mínimo reconocimiento. Alma Lucy Reville murió a los 82 años de edad, por causas naturales.