La activista social Luisa Capetillo (1879-1922), feminista y sindicalista pionera en Puerto Rico, fue una tenaz luchadora por la igualdad de oportunidades para las mujeres, los derechos de los trabajadores -la justicia social en general-.
Su nacimiento, en la norteña localidad costera puertorriqueña de Arecibo, ocurrió en un momento histórico para la isla caribeña, ya que España, la potencia colonizadora, emitió, ese año, el Estatuto de Autonomía, lo que convirtió, brevemente, a Puerto Rico, en provincia española.
Luisa nació, además, un año antes de que estallara la guerra, de poco más de tres meses (25 de abril a 12 de agosto de 1898), entre España y Estados Unidos, conflicto que determinó el paso, de Puerto Rico, a la condición de dependencia colonial estadounidense –hasta que el Congreso norteamericano modificó formalmente, en 1952, el estatus al de Estado Libre Asociado (Commonwealth), aún vigente-.
Hija de inmigrantes europeos –madre francesa, nacida en la mediterránea isla de Córcega, y padre español-, la futura activista se desempeñó, inicialmente, como lectora en fábricas de cigarros en Puerto Rico, establecimientos cuya fuerza laboral estaba constituida, mayoritariamente, por mujeres.
Ese trabajo tenía razón de ser por el hecho de que el índice de analfabetismo de la isla se ubicaba en casi 80 por ciento, en un excluyente contexto social en el cual el acceso a la educación estaba limitado al minoritario sector privilegiado de la población.
Luisa leía, al personal, artículos de periódicos -lo mismo de Puerto Rico que de Europa-, entre los cuales figuraba el medio local El Artesano -que contenía materiales relacionados con gremios y asociaciones de la isla-, las publicaciones cubanas Porvenir del Trabajo y Unión Obrera, y el semanario satírico español El Motín.
Se dio, así, un intercambio educativo, ya que el sector obrero de las fábricas recibía alguna forma de instrucción, y la lectora asimilaba componentes ideológicos que marcarían su activismo social.
Además, Luisa compartía, con esa audiencia, el contenido de su primer libro -Ensayos Libertarios, que publicó 1917-, en el cual planteó la necesidad de construir una sociedad igualitaria.
Su producción literaria consistió en ese libro y otros tres trabajos –La Humanidad en el futuro (1910), Influencias de las Ideas Modernas (1916), y Mi Opinión sobre los Derechos, Responsabilidades y Deberes de la Mujer (1911)-, y fue uno de los medios para difundir su pensamiento feminista y sindicalista.
Mediante sus escritos –además de otras actividades con igual propósito-, Luisa –quien se declaró socialista- promovió la equidad de género, y en un contexto de lucha de clases, mejores condiciones laborales –lo incluía salarios justos-.
“El actual sistema social, con todos sus errores, es sostenido por la ignorancia y esclavitud de las mujeres”, escribió, combinando ambos componentes de su activismo social, además de preguntar: “cómo puede una mujer analfabeta y esclavizada formar los hombres del futuro?”.
Luisa promovió la equidad de género lo mismo en sus escritos que en sus acciones, contexto en el cual se coinvirtió –para escándalo del sistema patriarcal, en este caso, en Cuba- en la primera puertorriqueña quien, públicamente, usó pantalones.
A causa de ello, la feminista –quien residió, además de Puerto Rico, en Cuba, Estados Unidos, y República Dominicana- fue detenida, en 1915, en La Habana, vestida con masculinos traje blanco y sombrero.
Llevada ante un juez, la activista explicó –de acuerdo con registros de la época- que “con la misma indumentaria (…) me he paseado en Puerto Rico, México y los Estados Unidos y nunca fui molestada”, y agregó que “el pantalón es el traje más higiénico y más cómodo”.
Cuando el juez afirmó que “más cómodo sería ir sin ropa”, Luisa le respondió: “pero no más higiénico”, tras lo cual quedó en libertad.
Su cuestionamiento a la estructura social patriarcal incluyó a la pareja –en particular, al enunciar el concepto de amor libre-, lo que planteó en “Mi opinión sobre los derechos, responsabilidades y deberes de la mujer”.
Al respecto, escribió que “el amor libre no puede ser fuente de inmoralidad puesto que es una ley natural; el deseo sexual tampoco puede ser inmoral toda vez que es un deseo natural de nuestra vida física. Si la necesidad sexual fuera inmoral, en este caso no hay más que anatemizar de inmoral el hambre, el sueño y todos los fenómenos fisiológicos que rigen el cuerpo humano”.