Me pregunto qué fuerza perversa, mano invisible, conspiración o sortilegio ha provocado el fenómeno del retroceso en la igualdad de género, no solo en política, sino también en la economía

El desplazamiento lateral de los cangrejos, producto de su morfología, los hacen parecer que caminan hacia atrás, aunque realmente lo hacen de lado. Nosotras, las mujeres, en estos momentos nos parecemos a estos crustáceos, de carácter bentónico, vagando sobre el fondo del mar y otras veces sobresaliendo y aferrándonos a la superficie sobre arena y piedras para salir victoriosas o sobrevivir.

Con esta analogía recuerdo el año 2014 en el que coincidieron cuatro presidentas mujeres de países en América Latina, -Laura Chinchilla, Cristina Fernández, Dilma Rousseff y Michelle Bacheler-, en comparación con… ¡ninguna presidenta desde el 2018!

Por el mismo camino fueron  los resultados preliminares de las elecciones municipales 2020 en Costa Rica, en donde se eligieron autoridades en los 82 cantones del país, y apenas quedaron electas 9 mujeres en las alcaldías, en comparación con las 16 que obtuvieron  escaños en el 2016. Este retroceso provocó que el Instituto Nacional de las Mujeres y otras organizaciones hicieran una denuncia pública por lo que consideran “el reflejo de la violencia estructural contra las mujeres en Costa Rica”.

Me pregunto qué fuerza perversa, mano invisible, conspiración o sortilegio ha provocado el fenómeno del retroceso en la igualdad de género, no solo en política, sino también en la economía, como lo aseveró António Guterres, secretario general de la ONU, quien  sostiene con palabras y datos que este retroceso es “profundo, generalizado e incesante».

¿Qué incide o propicia este retroceso? Por un lado, los gobiernos neoliberales   apoyan la igualdad de género solo en palabras, porque el “estado competitivo” se centra en la defensa de los valores tradicionales del capitalismo, que son familia (con el padre como jefe de hogar) y civiles tradicionales (hombre, niños, jóvenes, adultos mayores) sin hacer distinción de género, olvidando  que las mujeres somos el mayor grupo discriminado en el mundo y por lo tanto requerimos acciones diferenciadoras para eliminar la brecha de la desigualdad.

De otra parte, los gobiernos populistas con sus raquíticas economías de “estado benefactor” y fuertes políticas de austeridad, al igual que los neoliberales recortan los derechos de las mujeres (servicios, programas, financiamiento) y sin querer –o quizás queriendo-   sostienen la división sexual del trabajo y el papel social de las mujeres centrado en la maternidad, el trabajo doméstico y el sub empleo.

Ante estos tipos de modelos que impulsan los actuales gobiernos –de aquí y de allá- las mujeres que optan por cargos políticos no cuentan con los mismos recursos y apoyo que gozan sus pares; las que defienden sus derechos son consideradas unas parias por atentar contra el orden natural de la sociedad y algunas que quieren independizarse (obviamente de los hombres) terminan perdiendo la vida. Por lo anterior no es casualidad que en Costa Rica y en el mundo haya disminuido la cantidad de mujeres elegidas para cargos de elección pública, se dé un aumento en la violencia de género y en los femicidios.

Y así nos convertimos en cangrejas, moviéndonos de lado pareciendo que es hacia atrás para evitar la exposición completa de nuestras defensas, característica  especialmente eficaz si queremos sobrevivir en la orilla del mar, donde los ejemplares necesitan un mejor agarre para hacer frente a las olas.